A quién creerle.
Los mutantes amantes de pizza volvieron a las pantallas. Ahora son digitales y con bastante expectativa hicieron aparición en Chile pero la nostalgia de la trilogía del 90 sigue presente. Tal vez sólo las nuevas generaciones disfrutarán como se debe esta versión, pero para los que alucinamos con las figuritas de acción de Pepsi siempre nos resultará deficiente. A mi parecer, no son culpables Jonathan Liebesman y su equipo, somos nosotros. Al intentar encontrar en esta movie lo que sentimos cuando vimos las primeras, es imposible, lo mismo pasó con Robocop (2014). Hace 20 años, claramente no éramos los mismos. Ser niños nos hacía ver el mundo con otros ojos, con más imaginación y credulidad. Eran tortugas, ninjas, mutantes y hablaban y aún así, les creímos todo, sabíamos que era ficción pero nunca nos cuestionamos su argumento. Ahora todo parece filtrado por nuestra razón. A veces es bueno, a veces es malo.
Hace días hubo un suicidio en las líneas del Metro de Santiago, se detuvo el servicio y ese era el único medio de regreso que sabía, sin conocer mayormente la ciudad me uní a dos compañeros que vivían en el centro. Nos subimos a una micro después a otra y mientras veía pasar el tiempo y la hora de mi bus de regreso fuera de la ciudad se cumplía, empecé a ponerme nervioso. Si seguía así perdería mi pasaje. Un compañero que atento miraba su celular buscando información de cuando volvería el servicio, dijo: - Ya!!!, lo abrieron, y el otro: - Acá hay una estación, bajémonos. Yo podría haber seguido en la micro, esperando llegar no tan tarde, pero confié en ellos, en uno que sabe más que nadie de internet y en el otro que ha vivido toda su vida en Santiago. Yo sabía que ellos sabían. Nos bajamos, tomamos Metro y llegué a la hora para tomar mi viaje.
Creerle a alguien que sabemos que sabe es fácil, porque nuestra confianza está en él. Entonces, ¿Por qué nos cuesta tanto creerle a Dios, si sabemos que Él sabe, y sabe todo?. En cuanto a Dios, filtrar por la razón no es bueno. Aquí es donde debemos ser como niños (Mateo 18:3) y no cuestionar, primero su existencia y segundo, sus decisiones. La razón, la naturaleza humana, es creer en lo que se puede ver. Pero felices son los que creen en lo invisible (Juan 20:29).
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